domingo, 27 de octubre de 2013

De la noche a la mañana : Publicamos un cuento de Diego Kenis, periodista y escritor bahiense.

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Publicamos un cuento de Diego Kenis, periodista y escritor bahiense. Es el primero de una serie en que intentaremos publicar diversos exponentes de la narrativa actual.
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Dormir es difícil. Viejo Carcamán es el más duro para dormirse. Todavía recuerda aquellas épocas en que era el primero que se tiraba sobre los cardos, para sentirse hombre ante los colimbas. Las espinas dolían, pero después… Ah, después era verlos a ellos tirarse sobre el cardal. Le gustaba eso, porque las espinas nunca duelen tanto como la primera vez, cuando la piel es virgen. Viejo Carcamán se quita el audífono y lo pone cerca suyo. Recuerda entonces su oficina. Su sótano. La puerta del sótano está muy lejos en el tiempo y el espacio, pero él la siente golpear. Nunca leyó el cuento de Poe, pero no importa. Todos los subsuelos delatan igual. El ruido le golpea la cabeza por dentro. Da vueltas en la cama y el movimiento molesta al Pendejo. La oscuridad es absoluta, pero él sabe que Pendejo también tiene los ojos como el dos de oros.
Es jodida la oscuridad, uno ve caras. Las de la familia no me importan tanto, se borraron. Caras que uno nunca había recordado y ahora tiene presente en sus más mínimos detalles. Da una vuelta más y se pone sobre su costado izquierdo, aunque le han dicho que eso es malo para el corazón. A veces lo siente latir y se le confunde con el golpeteo de la puerta del sótano. Hay noches, antes de las Audiencias y sobre todo si sabe que se presentarán testigos, en que hasta el ruido de las bisagras mal aceitadas escucha. A esta hora ya tiene las piernas mojadas en ese sudor caliente y cerrado de las sábanas del insomnio, pero intenta una vuelta más. El Pendejo también ha dado una vuelta, sintió un rechinar y no eran las bisagras de la puerta del sótano. Eran las de la cama perpendicular a la suya.
Creyó escuchar un gruñido del Pendejo. Debe estar putéandome. Viejo de mierda, seguro dice.Ayer charlaron con Jefe sobre el Pendejo. Está desbocado, ya no respeta jerarquías, se me sublevó y me dijo que era todo culpa nuestra. Que somos unos viejos de mierda y la reputamadrequenosremilparió. A mí y a Jefe nos dijo eso. En otros tiempos era manso, y por eso le dábamos canilla libre. Hace un tiempo le dio por el misticismo. Rezaba, besaba estampitas. Ahora no. Está resignado. Y eso lo enfurece más. Pero más me molesta Cajetilla, que acá grita y se entregó mansito y nunca dice una palabra. Encima tiene cara de tipo común, de un profesor de secundaria, un empresario, qué sé yo. Un tipo de café. Pendejo no, es directamente un animal.
Ayer, Viejo Carcamán se miró al espejo, mientras se peinaba hacia la derecha los mechones de la izquierda, para tapar la pelada blanca sin brillo. Un blanco opaco que le da una imagen aún más fría. ¿Cómo me verán a mí? El espejo estaba un poco sucio. Pero él se miraba atentamente a los ojos y no se le ocurrió putear por estar en ese lugar, que tendría que ser peor, mucho peor, pero no para él, que es un señor, un héroe de las tiras, abogado de grandes industriales una vez retirado.Si arqueo las cejas y sonrío un poco parezco un ferroviario jubilado. Si frunzo el ceño y aprieto los dientes, soy aquel al que llamaban Señor Teniente Coronel. Yo sí que les hacía marcar el paso.
Se lava las manos. Al enjuagarse, observa la piel del dorso. Es como un panqueque mal cocinado. Y las venas que se le hinchan ostensiblemente, como si estuviera a punto de reventar por dentro.Yo no tengo manos de artista, le había dicho irónicamente a Dibujante. Ese se subleva pero a través del silencio. Si fuera por la jeta es el que primero va en cana.
La cama de Pendejo vuelve a crujir. De vez en cuando se sienten pasos por el pabellón. Al lado duermen los polis. Qué falta de decoro, ponernos en el mismo banquillo que esos perritos falderos de uniforme que nos lamían las botas. Por lo menos, ésos cosos todavía no se nos revelan. El otro día comprobé que Gordito hasta me cede el lugar cuando hay que esperar por algo. Le falta hacerme la venia y ya está. Alcahuete. Viejo, preso y alcahuete, encima. Al final, no sé si es que Pendejo es muy hijo de puta o Gordito muy pelotudo, pero entre esos extremos va la cosa. Tiene esa campera gastada nomás, Gordito. Se ve que si afanó, afanó poco. O la familia no le acerca nada. Capaz le da un poco de lástima a los zurdos eso. Distinto yo, que soy Doctor y siempre voy de traje. Qué sé yo, ¿cómo piensa un zurdo?
Viejo Carcamán no puede dormirse y ya son más de las dos. Necesita imperiosamente una idea que lo tranquilice. Algo que le quite de encima el ruido de la puerta del sótano golpeando, sí. Pero, sobre todo, algo que le dé la esperanza de que no va a pasar allí los días que le quedan, que volverá a sentir el viento dulzón de alguna primavera. Se recita a sí mismo y de memoria el verso del honor y de la guerra. Supone que en libertad no escucharía el golpeteo de la puerta del sótano. Primero, porque no tendría el rechinar de la cama de Pendejo al lado, confundiéndose con el ruido de las bisagras mal aceitadas. Pero, además, ante cualquier obstáculo prendería la televisión y ya. Necesita, Viejo Carcamán, aferrarse a una esperanza. Algo que le diga que no va a ser cierto lo que nunca imaginó y ahora vive, pasar allí encerrado el resto de sus días. Pero cada vez es más difícil, todo está en su recta final. Hasta los lamebotas de aquella época nos soltaron la mano.¿Cuándo fue que se nos vino abajo todo el circo que habíamos armado? Ah, sí: cuando llegaron los zurdos del sur. Sabía quiénes eran, pero no pensé que se iba a dar tan rápido todo. Creí que me iban a dar tiempo para morirme de viejo.
El rencor no lo ciega. Viejo Carcamán es frío en eso. Pero le recuerda que está donde está contra su ex todopoderosa voluntad. Piensa entonces en su abogado. Lo visualiza como su salvador, no le importa considerarlo sin asidero una especie de semidiós del Derecho porque ahora lo que imperiosamente busca es una esperanza, por vana que sea, sólo para poder dormir y no morirse de insomnio o caer en la locura escuchando la puerta del sótano. Mañana volverá la desesperación, pero nada importa eso ahora, que son más de las dos y Pendejo y él tienen los ojos como el dos de oros, carta insulsa e inservible si las hay. Mañana…
Mañana le preguntará al Defensor por alguna nueva estrategia exculpatoria. Y si exculpatoria no se puede, dilatoria. Algo de último momento, de minuto final, una apelación ante la Cámara, ante el Papa, ante dios mismo… Le propondrá soluciones irreales surgidas de su fantasía. Le rogará, no le importa ya arrodillarse ante un civil. A él, el que recibía las espinas de los cardos sobre su pecho para mostrarse macho, para prepararse para una guerra que sabía que nunca enfrentaría. Necesita una esperanza: muy endeble, pero la fabrica, la moldea en sus manos, trata de asirla para que no se escape. Porque aunque no lo parezca y hace muchas décadas él mismo lo haya olvidado, Viejo Carcamán es un ser humano debajo de todo ese montón de carne putrefacta con cicatrices de espinas de cardos y dedos que determinaban la vida o la muerte de los demás. Ya aprendió a controlar su cuerpo. Cuando la idea del encierro le dificulta la respiración, ensancha la esperanza y la fe en el Defensor hasta el infinito. No resiste la menor lógica ese optimismo, y lo sabe. Pero en esos momentos, se ha confesado, no tiene otra alternativa que hacerlo. Y entonces, fantaseando soluciones mágicas, depositando lo que le queda de alma en una panacea mal dibujada, se duerme Viejo Carcamán. Dormirá entrecortado hasta que con las primeras luces del amanecer lo despierte el anuncio de que en una hora saldrán rumbo a la Audiencia final. Entonces, se incorporará sobre la cama sintiendo la transpiración ya seca y comprobará lo que sabía: Pendejo cada día tiene las ojeras más grandes. Y la puerta del sótano volverá entonces a musicalizarle la cabeza.
Foto: gentileza de Abel Córdoba, Ensayo Fotográfico 2011
(Este cuento fue escrito poco antes de la sentencia en el primer juicio a represores del V Cuerpo del Ejército en Bahía Blanca. En pocas semanas, se espera la sentencia del segundo juicio).

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