sábado, 25 de enero de 2014

ANÁLISIS Egipto y la revolución traicionada

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De un total de 53.423.485 habitantes registrados para votar, sólo el 38,6 por ciento acudió a las urnas. De forma inmediata, la aprobada Constitución reemplazará así a la promulgada en 2012 por una Asamblea Constituyente con mayoría de miembros islamistas.
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(Hombre protesta en la plaza Tahrir contra el régimen militar)
Por Ezequiel Kopel

El Supremo Comité Electoral (SEC) de Egipto anunció el pasado fin de semana que la nueva Constitución fue aprobada con el 98,1 % de los votos a favor en un referéndum realizado los días 14 y 15 de enero. Nabil Salid, jefe del  SEC, remarcó que casi 20 millones de personas (19.985.389 para ser exactos) votaron por el SI a la nueva Carta Magna mientras que 381.361 personas votaron en su contra. De un total de 53.423.485 habitantes registrados para votar, sólo el 38,6 por ciento acudió a las urnas. De forma inmediata, la aprobada Constitución reemplazará así a la promulgada en 2012 por una Asamblea Constituyente con mayoría de miembros islamistas. Y, según el cronograma expuesto por el gobierno militar el 3 de julio del 2013, al destituir al primer presidente constitucional egipcio Mohamed Morsi, deberán realizarse en los próximos seis meses elecciones tanto legislativas como presidenciales para elegir a las nuevas autoridades. Esta fue la tercera vez que los egipcios votaron para introducir cambios en la Constitución desde la histórica revuelta, en enero de 2011, contra el régimen de tres décadas de Hosni Mubarak  y en total es la sexta vez que los ciudadanos del país árabe más populoso de Medio Oriente fueron a las urnas desde la caída del dictador.
Con todo lo expuesto, la pregunta es ¿existe hoy una democracia en Egipto?  La respuesta es no. No hay democracia en Egipto, y si la hay, es una democracia bastante particular: cientos de militantes fueron arrestados antes del referéndum acusados de hacer campaña a favor del NO a la reforma constitucional -fueron enjuiciados con una figura del Código Penal que criminaliza “la propaganda contra los principios básicos de la constitución” y “la distribución de panfletos para provocar que los ciudadanos rechacen la nueva constitución”-.
El electo presidente Mohamed Morsi está preso en una locación desconocida, sin contacto con la prensa (sobre su cabeza penden acusaciones como “incitación a la muerte y actos violentos”) y apenas puede reunirse con sus abogados para preparar su defensa. Se ha promulgado a fines del año pasado una  draconiana “ley anti-protesta” (que remplaza la anterior “Ley de Emergencia” que el régimen militar utilizó para destruir las protestas islamistas contra el golpe, asesinando a más de mil personas) que estipula que no pueden reunirse en ningún lugar más de 10 personas sin la aprobación del gobierno (el cual debe ser notificado con tres días de anticipación), no se permiten las demostraciones y reuniones en lugares de culto como mezquitas e iglesias (en el mundo árabe las plegarias de los viernes son la mecha que “prende” multitudinarias marchas de protesta y, sólo en los últimos tres viernes antes de las elecciones,  703 personas fueron arrestadas y 27, asesinadas), y  los aparatos de seguridad del Estado -incluida la policía secreta- tienen la potestad de cancelar cualquier manifestación con la elástica figura de “amenaza al orden público”. El movimiento  social, político y religioso más grande de Egipto, la Hermandad Musulmana, ha sido declarado por el gobierno como una organización terrorista (fueron ilegalizados durante los gobiernos de Gamal Abdel Nasser, Anwar Sadat y Hosni Mubarak pero no declarados “terroristas” y hoy su líder espiritual Mohamed Badie está preso, situación que hasta el mismísimo Mubarak procuró evitar), elevando la guerra contra la misma como una prioridad de seguridad nacional: de esta manera sus miembros pueden ser detenidos sin ninguna prueba ni acusación.  Grupos que propiciaron, de forma activa, el derrocamiento de Mubarak -como la organización juvenil  “6 de Abril”- se encuentran perseguidos (su fundador Ahmed Maher, y el miembro Mohamed Adel  fueron sentenciados a tres años de prisión y siete mil dólares –una fortuna en Egipto- por organizar protestas “no autorizadas”) y organizaciones de derechos humanos  son acosadas a diario por las fuerzas de seguridad (el  pasado 19 de diciembre, policías bajo las órdenes del temido Ministerio del Interior irrumpieron en las oficinas del  grupo de derechos humanos “Centro Egipcio para los Derechos Sociales y Económicos” deteniendo,  vendando sus ojos,  a seis de sus miembros por nueve horas en una prisión desconocida). Esta situación se suma a los nueve periodistas fueron golpeados, y su equipo confiscado, diecisiete arrestados y otros tres periodistas de Al Jazeera enjuiciados (la acusación es que pertenecen a la Hermandad Musulmana y que han fabricado noticias falsas que “perjudican la seguridad del Estado”).
No obstante, el texto de la nueva Constitución es superador: los capítulos que conciernen, en principio, a los derechos civiles y humanos son más amplios que los promulgados en las anteriores Constituciones desde la Revolución de 1952 hasta la fecha. En términos religiosos, el “status quo” se mantiene, conservando la Sharia (ley religiosa) como base de legislación pero aclarando que las autoridades religiosas no pueden interponer la Ley Islámica a decisiones judiciales independientes (se ha eliminado el artículo 219 que estipulaba que los principios de la Sharia deberían anteponer cualquier decisión judicial, dejando sólo la frase “principios de la Sharia” en el preámbulo de la Constitución).  También fueron removidos el artículo 11 que declaraba a “el Estado como el único guardián de la ética, moralidad y orden público” y el artículo 44 que penaba el insulto a todos los  “profetas y mensajeros de todas las religiones” (limitando la libertad de expresión). El articulo 64 también reconoce la libertad de culto de  las “religiones celestiales” (musulmanes, coptos cristianos y judíos) pero no dice nada sobre otras minorías que son perseguidas como los chiitas o los baha’i. El nuevo documento también aclara que cualquier persona menor de 18 años “es un niño”, ilegalizando  los casamientos religiosos por debajo de esa edad. Otro cambio fue la nueva referencia de Egipto como “un Estado con un gobierno civil” y la introducción del artículo 74 que prohíbe la creación de partidos políticos con orientación religiosa. A pesar de todo lo expuesto, el problema de la nueva Constitución radica en que hay numerosas leyes que restringen o cancelan los mismos derecho civiles que la nueva Carta Magna pretende defender: por ejemplo, se estipula que hombres y mujeres son iguales ante la ley  y se obliga al Estado a proteger a las mujeres contra cualquier ataque  pero a la vez se aclara que  “el Estado va a garantizar que las mujeres concilien las necesidades de la familia con las de sus lugares de trabajo” (no hay especificaciones sobre qué son “las necesidades de la familia”).  En cuanto a la libertad de prensa, se aclara que el Supremo Consejo para el Periodismo  velará por el “desarrollo, objetividad y actividad económica de los medios de prensa”. Lo que falta determinar es quien será el encargado de elegir las autoridades de esta entidad, sus miembros y obligaciones (hasta ahora, el Consejo estuvo integrado por miembros leales al poder de turno, sin rendirle cuentas ni al poder Judicial o al Parlamento). En fin,  la flamante Constitución continúa la dinámica perpetrada por los antiguos dictadores egipcios asegurando un lugar para el Islam en la legislación pero manteniéndolo controlado en la práctica. Claramente, el Estado egipcio no será teocrático pero tampoco será secular y  el éxito de la Constitución dependerá de cómo vaya a ser interpretado en las futuras legislaciones. Asimismo, la nueva Constitución, como la anterior, le permite a los militares enjuiciar a civiles por ataques contra sus miembros e instituciones, aprueba que el Ejército maneje su presupuesto sin control de ningún otro poder del Estado y le otorga la exclusiva autoridad de determinar quién se desempeñará como Ministro de Defensa  así como la potestad de definir cuáles son las amenazas a la seguridad nacional.
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(Anciana muestra su dedo durante las elecciones presidenciales)
Mientras tanto, la estrategia del régimen militar para mantenerse en el poder, es establecer en la mente del pueblo una triste dicotomía entre la Hermandad Musulmana y el Ejército, entre el orden o el terrorismo. “Es ellos o nosotros” parecieran decir. “Si no quieren que vengan los fundamentalistas es mejor que nos apoyen a nosotros” repiten al unísono los militares. El mismo “germen” del miedo que utilizó Mubarak en el pasado contra los islamistas políticos prendió con gran fuerza en las protestas del pasado 30 de junio para terminar en el multitudinario apoyo civil que recibió  el golpe de Estado contra el primer presidente electo de la historia egipcia. Un golpe de Estado que, a la luz de los acontecimientos actuales, parece extraído de una farsa orquestada por los mismos militares: primero dejar que el dictador octogenario Mubarak caiga, luego actuar de “democráticos” y permitir que un candidato islamista ganara las elecciones, para más tarde, cuando el país estaba sumido en el caos y la crisis económica, aparecer como salvadores y cumplir con los deseos del pueblo. La interrupción del orden democrático no fue sólo apoyada por las masas, la intelligentsia egipcia no se quedó atrás: reconocidos intelectuales que se opusieron toda la vida a Mubarak -como Alaa al-Aswany, autor de “El edificio Yacobian”, Sonallah Ibrahim, autor de “Sharaf” o la reconocida feminista  Nawal El Saadawi- han dado un apoyo activo al rol de los militares en el derrocamiento de Mohamed Morsi.
Entonces, si la pregunta es si hubo una revolución en 2011, entendiendo por revolución a un cambio total de paradigmas,  la respuesta nuevamente es no, y si la hubo fue por un corto período de tiempo. Hoy, la autoridad sigue en el mismo lugar, no hubo cambio de paradigmas y las fuerzas de defensa y seguridad siguen manteniendo el mismo poder y los mismos privilegios que gozan desde 1952. Son la élite del país, la voz cantante y la mano que gobierna y ejecuta. Se cambiaron figuritas -antes el gobierno estaba encabezado por un militar de carrera como Mubarak y ahora el gobierno está encabezado por uniformado condecorado llamado Abdel Fattah al-Sisi-. Lo que sucedió fue una Intifada o rebelión que derrocó a un dictador, desembocando en una corta  revolución -por primera vez los egipcios pudieron votar en elecciones limpias-  pero esa misma revolución se degeneró en sólo un año y traicionando los principios que la habían creado -justicia social y democracia- para terminar deponiendo  a un presidente constitucional y apoyando a otro dictador en el poder. El futuro de la misma (rebelión o revolución) está por verse en los años por venir.
Aunque la mayoría de los egipcios consideran que los estadounidenses orquestaron la llega de Morsi al poder, lo cierto es éstos siempre han decidido apoyar al hombre fuerte del momento, se llame al-Sisi, Morsi o Mubarak y, desde ese apoyo, tratar de influirlo. De este modo, los Estados Unidos  han hecho todo lo posible para evitar el uso de la palabra “golpe de estado” y así continuar con el envío de la millonaria ayuda que reciben las fuerzas militares egipcias, ya que por Ley Federal están obligados a suspender toda ayuda no humanitaria a cualquier país que interrumpa el orden democrático como lo han hecho en el pasado con Pakistán, Madagascar, Mali y Mauritania. Sin embargo, los dólares norteamericanos sólo repercuten en las finanzas y equipamiento del Ejército, dejando la economía local presa de la ayuda de los países del Golfo, que sin la misma se hubiera declarado en bancarrota durante el 2013.
El próximo presidente de Egipto (se espera que al Si-si anuncie su candidatura en los próximos días) no sólo  deberá afrontar un país dividido (con el mayor partido político del país proscripto y la juventud que encabezó la “revolución”, totalmente perseguida), una insurgencia armada que va a crecer en la región del Alto Egipto y el Sinaí (donde la policía y los militares apenas controlan el terreno) sino también una economía en caída (el turismo, uno de los mayores ingresos del país, casi no existe, la inversión extranjera ha desaparecido por completo y el desempleo ha llegado a límites históricos), situación que puede desencadenar en el próximo levantamiento contra el futuro líder elegido. Lo que se dice una bomba molotov con muchas mechas peleando entre sí por ver cual estalla primero. Abajo el faraón, larga vida al nuevo faraón.
Fotos: Ezequiel Kopel

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