sábado, 4 de enero de 2014

Repensar Cromañón: ¿Qué sabemos de esa tragedia?

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A nueve años de la Tragedia de Cromañón, el autor reflexiona sobre el hecho y los discursos instalados al respecto.
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Por Rodrigo Lugones
Cuando Don Arturo Jauretche tuvo que destruir una serie de ideas que eran presentadas como verdades incuestionables, recurrió a una palabra: “Zoncera”. Estas “verdades” no eran más que proposiciones que se tomaban como válidas, repetidas, corregidas y aumentadas, por las mayorías, pero que carecían de veracidad y que tampoco eran “incuestionables”, como se pensaba. La Causa Cromañón tiene sus propias “Zonceras”, ideas peligrosas que se tomaron como  ciertas pero que carecen de fundamento real, los medios de comunicación, son uno de los mayores responsables de este problema.
Lo que reinó en la valoración de las culpas y las responsabilidades fue la ignorancia. Se creyó durante mucho tiempo que: “Callejeros incentivaba la pirotecnia”, o que “El baño de Cromañón funcionó como guardería”, (estas dos son las madres de todas las demás zonceras  de esta gran tragedia). Cuando uno tiene acceso a la información concreta  puede cuestionarlas y desactivarlas fácilmente.
Las bengalas, por ejemplo, eran una costumbre común a todas las bandas del rock argentino, eran una práctica cultural (hoy, con el diario del lunes, podemos decir que desacertada), que surge desde el público y no desde las bandas, en los comienzos de los años noventa en el marco del recambio generacional de la época, ese traspaso entre los 80 y los 90. La pirotecnia (milenariamente asociada a las fiestas) en el rock local, nace como una extraña “herencia” que el fútbol le deja a la música.
El público en común de estas dos manifestaciones culturales empezó a llevar adelante la práctica de encender pirotecnia en los shows y esta actitud luego fue imitada por muchas otras personas  que terminaron por ampliar el fenómeno. Al momento en que se produce el incendio, las bengalas llevaban 15 años como costumbre cultural en el rock, estaban en la tapa de discos como “viveza criolla” de divididos, en las grabaciones de shows en vivo de bandas de todo tipo, que transmitían la MTV, Much Music, o los canales de aire tradicionales, y formaban parte de miles y miles de fotografías y crónicas periodísticas  de diverso tipo. Jamás nadie, ni el poder ejecutivo, ni la justicia, teniendo ese material a disposición, actuó de oficio intentando llamar la atención sobre este tipo de prácticas.
La pirotecnia, así como la tauromaquia, son costumbres que tienen un costado negativo pero que culturalmente fueron naturalizadas, asimiladas (hoy podemos decir que son peligrosísimas y lamentables), porque la costumbre invisibilizó para todos, un peligro posible.
Ahora  sabemos que parte del error del cual el rock tuvo que aprender, es no haber podido ver ese peligro latente. Responsabilidad y autocrítica que le cabe a todo el rock argentino (al público y a los músicos).
Callejeros jamás incentivó la pirotécnica, sino que mantuvo una actitud pasiva que se entiende en ese marco cultural, en esa época en la que el peligro aún no era visibile, y la costumbre era común a un universo particular propio del género. Este elemento fue determinante para que se dicte la sentencia absolutoria, en la que el tribunal oral Nº 24 sostuvo que: “no censurar  una costumbre no es incetivarla”, demostrando de esta manera con claridad que callejeros no incentivó la pirotecnia.
El 19 de Agosto de 2008 comenzó el juicio y duró hasta el 19 de Agosto de 2009, 3 jueces, 4 fiscales, 4 grupos de querellantes, aproximadamente 300 testigos, pericias, documentos, y resultaron absueltos. Nada de esto pudo probar que Callejeros sea culpable.
Luego, el fiscal y las querellas recurrieron a casación, que dictó, sin haber recibido ninguna prueba nueva, una sentencia nueva anulando la anterior. Es decir, dictó una nueva sentencia en base al proceso que absolvió a callejeros. A partir de esta  sentencia condenatoria sabemos que cada uno de los tres jueces que integraban el tribunal de casación tenían un criterio distinto respecto a la culpabilidad de callejeros, hecho que imposibilita dictar una sentencia legalmente válida. Una jueza que luego de analizar la prueba, los testimonios y ver la sentencia absolutoria, llegó a la conclusión de que callejeros era inocente, para que hubiera sentencia, terminó adhiriendo a la posición de los otros dos jueces, aberración que viola un justo procedimiento legal, por lo tanto, la sentencia carece de la fundamentación exigida por la constitución nacional.
Como si todo esto fuera poco, algunos de los argumentos por los cuales se condena a callejeros son los siguientes: para tribunal, el señor Elio Delgado (guitarrista de callejeros) merece tener un agravamiento en su pena, porque, según el fallo, “causó mala impresión al tribunal”, hay más argumentos “brillantes” como: “tocar festivamente su guitarra”, “ser uno de los fundadores del grupo”, o “tener más experiencia en el rock por ser mayor que los demás imputados miembros del grupo”.
Ningún miembro de Callejeros personalmente, ni directamente, originó el incendio, ni cometió cohecho,  y no hay que olvidar que el 30 % de las víctimas de Cromañón son familiares directos o indirectos o amigos de los músicos de la banda, dato que haría considerar la figura de la “pena natural”, porque además, ellos mismos sufrieron graves secuelas a causa del incendio y no dudaron en entrar mil veces a cromañón a salvar gente arriesgando sus propias vidas.
Además de todas estos detalles que derivan en una lisa y llana persecución judicial, el día 20 de diciembre de 2012 Casación ordenó la detención inmediata de los músicos. El Juez Eduardo Rafael Riggi, presidente de la Sala III de Casación, y responsable, junto con la jueza macrista Liliana Catucci, de que los músicos de Callejeros hoy estén detenidos,  ostenta un prontuario asqueroso (que puede verse aquí). Juez nombrado en 1978 por el genocida Jorge Rafael Videla (ya que había hecho muy bien la tarea en el año 1971 en la Cámara Federal en lo Penal, creada por Lanusse para “juzgar la actividad subversiva”, y que solo pudo ser cesanteado en el momento en que se da el empate hegemónico en el gobierno de Héctor Cámpora en 1973), está, asimismo, involucrado en hechos de corrupción durante el gobierno de Carlos Menem, y junto a Catucci, se dio el lujo de darle al genocida represor Luciano Benjamín Menéndez prisión domicialiaria, prisión que le negaron a Ana María Fernández (ex funcionaria condenada), cuando pidió este beneficio para poder amamantar a su bebe (el argumento fue tristísimo, como Fernández es lesbiana, los jueces dijeron que “tenía otra mamá que puede hacerlo por ella”).
Este mismo “juez” está, también, acusado por encubrimiento y cohecho en el caso del asesinato del militante popular mariano Ferreyra.
Hoy, para desgracia de la democracia argentina, podemos decir que los músicos de Callejeros están detenidos, en peores condiciones que un represor y genocida, por una condena firmada por unos jueces que avergüenzan a todo el pueblo argentino.
Conjuntamente, en la detención de Callejeros, se violó deliberadamente el doble conforme, principio jurídico que establece que no se puede encarcelar a una persona a menos que no reciba dos sentencias condenatorias de dos tribunales diferentes (Callejeros, al día de hoy, cuenta con una sentencia condenatoria y una absolutoria). Violar el doble conforme es sinónimo de anticonstitucionalidad, y, lisa y llanamente, de pasar por encima al pacto de San José De Costa Rica, atentando, de esta forma, contra los DD. HH. de los imputados.
Está probado, además, que Callejeros no co-organizó el show, actividad que le correspondía exclusivamente a Omar Chabán.
Hoy los músicos están imputados como autores penalmente responsables del incendio y por soborno, pero, para ser autores penalmente responsables tendrían que haber originado el fuego, cosa imposible ya que estaban tocando arriba del escenario en el momento que el incendio se produjo. La sentencia es un claro bochorno, y la gota que rebalsa este vaso es la pena que recibe Daniel Cardell, escenógrafo (encargado únicamente de pintar un telón, hoy en libertad por haber “cumplido su condena”) que tiene la misma condena que un funcionario público, es decir que se culpa a músicos y se los hace pagar una condena superior a la de funcionarios públicos, policías y poderes económicos concentrados como los dueños del local, Ibarra, los funcionarios de su gobierno, Chabán, policías, bomberos, etc., que son los verdaderos culpables de esta tragedia.
El Estado falló y la justicia le exige a personas que se capacitaron y se formaron para tocar un instrumento que sean capaces de conocer de habilitaciones, de haber visto un peligro que solo alguien que está instruido para preverlo puede hacerlo (ya que un músico no conoce ni de planos, ni de habilitaciones, ni de métodos para ignifugar materiales), y, si nos situamos en la época, el sentido común hace que nadie sospeche de un lugar que está abierto al público y promocionado en todos los medios más importantes del país en el que cada fin de semana se organizan eventos de índole cultural.
El hilo se corta por lo más delgado y mientras esto pasa el Estado sigue estando ausente (o presente para los Rafael Levi y ausente para los sobrevivientes de Cromañón), la política de asistencia psicológica es deplorable y los sobrevivientes están sufriendo infiernos personales terribles, porque eso es lo que hoy está quemando a todos los sobrevivientes, las secuelas psicológicas. Eso es lo que masacra a mis amigos, a los desconocidos, a los anónimos de esa noche, a los que todavía esta sociedad les debe un perdón  por marginarlos, por no escucharlos, y querer, en un ensayo perverso, inyectarles la culpa de haber vivido, la culpa de no haber caído (como si su culpa no fuera poca ya, como si su desastre interno no fuera tremendo, como si esa cicatriz ya no fuera indestructible). Hoy suman 16 los sobrevivientes suicidados por la sociedad, 16 jóvenes que engordan la cifra de 194 muertes la noche del incendio.
Recientemente un grupo de sobrevivientes que militaron la causa de la Ley de Reparación, consiguieron que se le reconozcan a los sobrevivientes los derechos que les corresponden. Un paso en la transformación del dolor en fuerza activa de transformación social. Gracias a la acción política de los compañeros que entendieron que la política es el arma de las clases populares frente al desamparo del Estado, todas las victimas pueden ver garantizado su subsidio, atención psicológica y otras necesidades básicas de las que Estado debió hacerse cargo desde el minuto 0.
Es poco lo que el lenguaje tiene por hacer frente al drama (el silencio tal vez sea el único sonido capaz de atrapar la música del vacío), las palabras son absurdas, no alcanzan, se vuelven ridículas, solo los ojos y las paredes de la memoria de los testigos de la muerte en esa noche de mierda, grabadas para siempre con la sombra absoluta de lo oscuro, pueden hablar ante el horror. Frente a la muerte el lenguaje está perdido, es una pasión inútil.
La marca de la desaparición está grabada en el recuerdo de cada uno de los sobrevivientes, grabada en el jugo de la retina de los ojos de las víctimas, y esa es una de las tantas deudas con la historia que guarda la trama de la vida de la Argentina (tantas veces cómplice, ciega, sorda y asquerosamente indiferente). Fueron ellos, los únicos testigos, los expulsados de las marchas del 30 de Diciembre, por pensar diferente, los que tuvieron que crear su propio escenario de lucha, porque todos estaban clausurados para ellos.
¡Bienvenida sea la nueva generación militante que nació la noche del 30 de diciembre de 2004 con miles de héroes anónimos que dieron su vida para salvar a otros!
¡Justicia por las víctimas de Cromañón!
¡Callejeros inocentes, los músicos no matan!
¡Cárcel a los verdaderos responsables de la tragedia de Cromañón!
*Los datos acá vertidos tienen que ver con la carta abierta publicada por Josefina Villanueva, esposa de Juan Alberto Carbone, saxofonista de Callejeros que puede leerse aquí

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