jueves, 27 de febrero de 2014

CULTURA POPULAR Paco de Lucía: parte del aire

AddThis Social Bookmark Button
En noviembre pasado se presentaba por última vez en Buenos Aires Paco de Lucía, uno de los revolucionarios de la música popular. Una crónica de aquel encuentro porteño, que nadie creía que sería el último.
http://www.telam.com.ar/advf/imagenes/2013/10/526687edc6270_800x533.jpg
Por Ulises Castaño
Todo empezó accidentado.
Ese viernes terminé la semana laboral, -un poco quemado como suele suceder los viernes-, y fui a tomar algo con un amigo mientras veíamos que hacer. En eso me llega un sms:
-¿Estas? No te veo ¿tomamos algo a la salida?
De pronto, era como si me zapatearan una rumba flamenca en la cabeza: tenia entadas para Paco de Lucia en el Gran Rex, faltaban 15 minutos para empezar y yo tomando una birra como si nada en la otra punta de Buenos Aires.
Le pedí a mi amigo que me llevara en su moto lo mas rápido posible. En el camino alcancé a elaborar una teoría (que si bien venia al caso tampoco servía de mucho) sobre los riesgos de sacar una entrada en marzo, para usar recién en noviembre. También pensé en los efectos que tiene relatar una y otra vez durante largos meses a amigos y conocidos la ilusión que genera un gran evento, lo cual termina por deformar la percepción sobre el momento en que finalmente sucederá. Lo grandioso de un acontecimiento asociado a la espera del mismo pueden ser del orden de lo fantástico a veces.
Conducido por el as de luz de la linterna del acomodador, al llegar a mi asiento una señora despatarrada, sepultada entre unos bártulos (la recordaba, vivía en la puerta del teatro), dormía plácidamente con leves y entrecortados ronquidos. Mientras el acomodador despertaba a la señora, -y otro tanto porque me gritaban de todo-, me senté en las escaleras del pullman y seguí el recital desde ahí. La señora aducía que si las puertas del teatro eran su casa, ella estaba muy cómoda en el sillón de su casa. Finalmente, el acomodador le ofreció otro lugar y se perdieron en la oscuridad.
A solo tres butacas, sobre la misma fila, estaba Lucrecia, quien me había escrito y con quien nos habíamos propuesto ver a Paco en cuanto surgiera la oportunidad. Cuando me vio, arqueó las cejas como diciendo, es increíble que ta hayas olvidado. Nuestra pareja se había terminado hacia un tiempo. La comunicación, incluso en la penumbra, estaba intacta. Nos reímos. Tal vez contentos de que fuera Paco quien nos juntara una vez mas. Para Paco, esa noche tal vez haya sido una mas. Para nosotros fue la primera y última.
No soy un experto en música ni tampoco un fanático de Paco, apenas otro deslumbrado, como debemos ser bastantes supongo. De sus discos, Siroco y Zyryab están entre mis preferidos. Y en reuniones con amigos entendidos apenas si me animo a opinar, aunque mas a partir de mi visita a Granada que otra cosa, lo cual no solo me sirve para teñir mis opiniones de subjetivas sino para camuflarlas de cultura general e incluso de turismo, lo cual me relega a una condición apenas atendible.
Salvando este escollo, lo primero que atrajo mi atención aquel día fue la disposición de los músicos en un escenario desierto, sin decorados, solo cortinas negras, apenas unas luces bajas, muy intimas; lo importante no era eso desde ya, pero se habían preocupado de dejarlo claro. El grupo de músicos estaba dispuesto en semicírculo. Frente a ellos, hacia el borde del escenario, un pequeño tablao para el bailaor (el gran Farruquito en este caso, en cuyo aura de a ratos parecía brotar el mismísimo Michael Jackson) y la gente. Eso era todo. Entre unos y otros: comunión. Esa es la palabra que mejor expresa lo que sucedió esa noche.
Pero a la vez, ese momento no tenía nada nuevo. Exacto, repetido pero sin artificios, como dado naturalmente, ofrecido, bendecido acaso, ese semicírculo y esa comunión eran los mismos que pueden vivirse en cualquiera de las cuevas de los morros granadinos y en cualquier rincón de Andalucía. Una comunión propiciada por los intérpretes que luego uno, desde su lugar, absorberá de una manera u otra. Por lo pronto, a ellos se los veía felices, espontáneos, naturales, despojados. Como en casa que se dice. ¡Que gente! Esa noche los envidié con verdadero e indisimulable fervor.
Por estos días, leyendo algunas de las crónicas sobre su fallecimiento, la gran mayoría hablaba del aire fresco, de renovación y fusión que, junto con Camarón de la Isla, aportó a lo que suele denominarse flamenco clásico. En este sentido, tal vez podría verse a Paco con una suerte de Piazzolla del flamenco, para resumir, mucho claro.
Y estoy de acuerdo en este punto. Al menos para alguien que ocupa el lugar del asombro fundante y permanente frente a un lenguaje de matices infinitos como la música, y a pesar de ello se siente incluido siempre, invitado cada vez a participar de esa comunión, ese compromiso frente a lo infinito y lo desconocido que (para que uno, extranjero siempre del misterio generativo, lo sea un poco menos) fue y seguirá siendo el aporte mas importante de Paco de Lucia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario